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Mis LARGOMETRAJES FAVORITOS de 2023

Feliz año a todo el mundo y esas cosas. Es habitual que a finales de año no hayan salido todas las películas que vamos apuntando a lo largo de 12 meses, pero este 2023 es particularmente dolorosa la ausencia en cartelera de Poor Things, The Zone of Interest y un sinfin de largometrajes que si hubiese podido ver, seguramente habrían entrado en esta lista.

¿Significa eso que el tema se ha quedado algo pobre en comparación con el de 2022? ¡En absoluto! Como siempre, y aunque este año ha pasado de todo en la industria del cine, es inevitable que se junten un incontable número de peliculones entre los que toca elegir con cuidado a cuáles hacerles publicidad gratuita en redes. Así que, si os parece bien, me voy adelantando con los míos en orden alfabético.


Anatomy of a Fall (Justine Triet)

No parece haber una forma correcta de hablar de una película cuando gana la Palma de Oro. Si la pones en la lista, estás pecando de pretenciosidad; si no, sólo quieres llamar la atención; si crees que es la mejor película de su año, no tienes opinión. Toca, pues, tirar de la única forma de conservar la cordura y la sinceridad en la sopa social de Internet: hacer oídos sordos a la voces de nuestro alrededor y simplemente hablar de sentimientos. Y, mientras que El triángulo de la tristeza me gustó pero no como para ponerla entre las 20 mejores del año pasado, he adorado Anatomy of a Fall.

Me gustan las películas consagradas a examinar de manera obsesiva y desde todos los ángulos imaginables un concepto o evento, y el misterio en el que la ganadora de Cannes profundiza hasta tocar hueso y más allá no podría ser más simple en apariencia pero complejo en implicaciones.

Aunque, por supuesto, antes que frente a una intriga, nos encontramos ante un drama judicial soberbiamente escrito. Me fascina la idea del cine que modifica tu postura corporal cuando lo contemplas; creo que es la prueba del algodón de que se están alcanzando emociones muy genuinas. Y, si el año pasado Skinamarink me hizo bajar la mirada en busca de un perdón por parte de la propia película, he visto Anatomy of a Fall, de principio a fin, con los brazos cruzados. Así de arisca, incómoda y genial es.


Asteroid City (Wes Anderson)

Hay una decepción generalizada con esta película que me cuesta entender. También me cuesta hablar de ella, no voy a mentir. Y, en concreto, me cuesta explicar por qué me parece, quizás, el mejor largometraje de Wes Anderson después de El Gran Hotel Budapest. Hay tantísimo contenido en la película que me pasé los 105 minutos esperando a que alguno de sus elementos más pasados de rosca me chirriase, pero sencillamente era todo tan extremadamente coherente con los temas estéticos elegidos que tras el final de los créditos asentí con la cabeza y me fui de la sala en un estado catatónico.

Sí, es más pedante que el resto de su obra, pero desde Fantastic Mr. Fox no se ha perdido un solo ápice de humanidad en cómo los personajes interactúan entre sí. En cada uno de sus actos existe una profundidad insondable, que invita a revisitar y analizar el largometraje las veces que haga falta. Si prestas atención, puedes spoilearte la película leyendo su propio guion, en pantalla al principio de cada acto. Si te pierdes un detalle de alguna subtrama, es posible que te lo hayan contado en una capa narrativa diferente y estén asumiendo que desde la butaca puedes trabajar con eso.

Se trata de una película sobre los supuestos avistamientos de OVNIs en el desierto sudoeste de Norteamérica durante la postguerra, que parece comprender trascendentalmente lo que está diciendo con este artificio retrofuturista, pero más interesada en lanzarte bolas curvas que en enseñarte todas sus cartas desde el principio. ¿Se entiende todo lo que estoy diciendo? Es posible que no. La nueva cinta de Wes Anderson es un juego, y los juegos se entienden mejor cuando los pruebas.


Beau is Afraid (Ari Aster)

La mejor interpretación que Joaquin Phoenix nos ha ofrecido este año, o como poco la más polivalente, no está sino en la nueva película de Ari Aster. A veces pienso que vivimos en la timeline correcta. Luego se me pasa.

No sé si Beau is Afraid es la mejor experiencia que he tenido en una sala cinematográfica este año, pero desde luego es candidata a la más inmersiva. Reconozco cierta inclinación hacia el surrealismo, hacia los entornos donde todos los elementos definitorios de un espacio se van suprimiendo, uno a uno, hasta que no queda más que la dimensión emocional, como una extensión del propio personaje. Si aprendes a mirar este tipo de obras, me parece una forma extremadamente directa de conectar con lo que se quiere contar, sin los incómodos pasos adicionales de la lógica, la consecuencia o el subtexto, porque todo en el plano te está hablando de exactamente lo mismo.

Percibí cierta polarización de opiniones cuando llegó a salas. Puede que porque se había descrito como una película de terror, cuando esta epopeya de 3 horas no ofrece ninguna clase de marco familiar como sí hace Hereditary, para posteriormente modular sobre lo conocido. Se trata de, como digo, emoción destilada. Y en la oscuridad del cine, en completo trance, sentía que podría seguir recibiendo imágenes hasta el amanecer y me parecería bien.


The Boy and the Heron (Kimitachi wa Dou Ikiru ka) (Hayao Miyazaki)

Me debatía mucho en qué título usar para referirme a esta película en el post. Pertenezco al grupo de gente repelente que no soporta la traducción internacional, pero iba a quedar demasiado raro poner la perorata aleccionadora de la versión original si no era entre paréntesis. Que, por cierto, se entona como una pregunta: en japonés la partícula ka (か) al final de frases carga ese significado. El signo de interrogación (?) no suele utilizarse más que para estilizar ciertas cosas.

En fin, yo sólo quería decir que tengo una historia muy larga con esta película y prefiero dar mis pensamientos extendidos en un tema aparte que tengo a medio escribir. De momento, sólo comentar que está lejos de ser mi favorita de Miyazaki, pero que me parece sincero y hasta necesario ponerla aquí.


The Breaking Ice (Anthony Chen)

La mayoría de personas vivimos en bastantes pocos sitios. Yo, por ejemplo, y aunque cueste creerlo, vivo en mi casa. Al menos, la mayor parte del tiempo. A veces vivo en casa de cuatro de mis amigos más cercanos, en el gimnasio, en los siete cines que frecuento y... ¿poco más? Voy a otros sitios, pero todos configuran un marco muy específico: mi día a día.

La mayoría de personas conocemos bastantes pocos sitios. Yo, por ejemplo, conozco Estados Unidos. No he ido, pero sé que es grande porque en una parte tienen ranchos y en la otra comen hamburguesas. De nuevo: conozco algunos otros sitios, pero todos vuelven a configurar un marco concreto: el mundo exterior.

Seguro que hay gente mucho más culta que yo leyéndome, pero me parece honesto hacer un poco de autocrítica y reconocer que tenemos la cabeza metida en el culo. ¿Cómo no tenerla? El mundo es inabarcablemente grande, y sobrevivir en el siglo XXI suele implicar quedarte en un sitio desde el que poder ganar dinero consistentemente y atender a las personas de tu vida. Internet es una buena herramienta para expandir un poco los horizontes, pero la misma monserga sobre lugares cotidianos aplica a la red, y muchas veces termina por volvernos aún más ombliguistas.

Es por ello que agradezco tanto la existencia de películas como The Breaking Ice. Está ambientada en Yanbian, una prefectura autónoma de la provincia de Jilin que limita con Corea del Norte. Se trata de una obra en la que el contexto resulta extremadamente específico e importante, siendo uno de los lugares con mayor población chaoxianzu (descendientes de coreanos que inmigraron durante la dinastía Joseon) de toda la República Popular China. Parece ser que la mayoría de la gente allí habla tanto mandarín como coreano, con la mayor parte del texto escrito en hangul cuanto más hacia el Este te desplaces. Todo esto lo sé porque la cinta hace un esfuerzo activo por representarlo, y porque terminarla me motivó a quedarme hasta las tantas leyendo en la muy fiable Wikipedia no sólo sobre la ciudad de Yanji, sino sobre la organización de China en general, para terminar por bajarme medio artículo sobre la Zona desmilitarizada de Corea, que a su vez logré entender bastante bien porque hace unos años vi Joint Security Area (Park-chan Wook, 2000).

Se puede seguir discutiendo hasta qué punto una película no es más que una simulación del lugar, que no puedo entender el significado de todo lo que ocurre sin haber vivido allí, y que confiar en datos y textos es aún peor. Pero, aún teniéndolo en cuenta, sigo sintiendo que The Breaking Ice ha contribuido a hacerme ligeramente menos ignorante, o al menos un poco más consciente de mi microscópico tamaño en el inexplorable planeta Tierra.

Ah, y la peli está bien, que se me ha olvidado decirlo.


Cerrar los ojos (Víctor Erice)

Víctor Erice es uno de esos director alrededor del cual existe un aura legendaria, cuya carrera necesariamente no se limita a los largometrajes a cargo de los cuales ha estado sino que se extiende a una vida entera de idas y venidas en el mundo del videoarte, del corto, del documental, del largometraje colectivo, de la crítica y de la enseñanza. Es por ello que, cuando la cartelera marca su regreso a las salas tras más de 30 años, tragas saliva y guardas silencio.

Son casi tres horas y el protagonista es un antiguo director de cine. Efectivamente, no le daríamos este trato a todo el mundo: si a cualquier otra persona se le ocurriese colocar en escena a un personaje diciendo "Los milagros no existen en el cine desde Dreyer" tardaríamos medio segundo en crucificarle. Y con razón. Pero Erice ha hecho demasiado por el medio: se merece nuestro tiempo. El cambio debería venir de los jóvenes y todas esas cosas, pero saber escuchar es importante para obtener las piezas que juntas lo generan, y un hombre que ha aprovechado tanto sus 83 años suena como un buen lugar donde buscarlas.

De cualquier forma, Cerrar los ojos no necesita ninguno de estos hándicaps condescendientes para demostrar que, efectivamente, es una película repleta de sustancia, que lejos de caer en el meloso saco de otras "cartas de amor al cine", es una reflexión sobre la emotividad en la imagen que demuestra un entendimiento extremadamente profundo de todo lo que puede contener un plano, independientemente de su forma, o rodearlo, sea cual sea su contexto. Incluso cuando ese contexto es una vida entera.


Chicken for Linda! (Sébastien Laudenbach, Chiara Malta)

Este año he ido a Annecy. No es la primera vez que voy a un festival de cine, pero desde luego nunca había asistido a uno tan grande. Es una experiencia acojonante la de ver cientos (puede que miles) de personas esperando una cola de dos horas para entrar al último pase de esa película que todo el mundo quiere ver. Pero también puede suponer unos días agotadores: puedo garantizar que cuando ves cuatro o cinco películas por jornada durante una semana, la paciencia para los conceptos aburridos se te acaba rápido. Se necesita algo verdaderamente original para despertar tu cerebro en esos momentos de agotamiento. Eso fue lo que me pasó con Chicken for Linda!, y encuentro el haber superado esa prueba un indicativo infalible de su calidad.

Fue un momento fantástico. Aunque la mitad de películas del festival estaban llenas de chistes y personajes graciosos cayéndose de bruces contra el suelo, este fue el visionado en el que la sala no dejó de reírse hasta que rodaron los créditos con su descacharrante sucesión de eventos. Se trata de una comedia de ritmo incesante, que va complicando la situación minuto a minuto hasta culminar en una recta final inolvidable gracias a su contundente manejo del tono: hay algo de comedia negra en todo lo que ocurre, pero también la sensibilidad para hablar de la aceptación de la muerte a través de un número musical y que, lejos de sentirse improcedente, golpee con un ariete de emociones incontrolables.

Es breve y poco menos que perfecta; un cuadro fauvista en movimiento que me ha supuesto una de las mayores, si no la mayor, sorpresa del año. Un pepino cósmico que mucha gente se ha saltado; no la dejéis escapar.


Godzilla: Minus One (Takashi Yamazaki)

Hay una cualidad particularmente romántica en Godzilla. Es como si para comprobar que el mundo sigue girando necesitase ir cada poco tiempo a las salas para ver que todo anda bien con el lagarto gigante más famoso de la historia, incluso si es en un dudoso blockbuster norteamericano.

Este 2023 el mundo del kaijuu eiga ha estado de enhorabuena, y uno de los mayores motivos es esta Godzilla tan particular, ambientada en el Japón de postguerra. Se nota cuando las personas a cargo del proyecto llevan toda la vida acostumbradas a la figura del monstruo. Minus One es mucho más fiel al espíritu del primer Goji que sus coetáneas, presentándolo como un dinosaurio descerebrado y destructivo que aparece para representar el trauma de un piloto tokkoutai desertor. Es una entrega muy centrada en el drama de sus personajes y crítica con el Imperio del Japón (si bien la de mencionar China y Corea no se la sabe), pero que sabe hacerlo convivir con toneladas de acción espectacular, adecuadamente plagiadas de Parque Jurásico y de Tiburón, desde los primeros minutos de metraje. Por no mencionar el juguetón y añejo sabor a tokusatsu, que se permite incluso añadir un cliffhanger cutre por el bien de la comedia justo después de uno de los momentos melodramáticos más conmovedores que he visto en todo el año.

Es, en definitiva, una película flexible, a la que apetece seguirle el juego porque te lo pone fácil, y el tipo de obra que me gustaría ver cada vez que vaya al cine a entretenerme. No son malos tiempos para los monstruos gigantes.


John Wick: Chapter 4 (Chad Stahelski)

Hubo un par de escenas que me llamaron la atención viendo John Wick 4. La primera se desarrolla en una fiesta, donde protagonista y villano comienzan a darse de hostias pero los jóvenes en la pista de baile no se asustan sino que conforman una arena de combate a su alrededor como si esto fuese Like a Dragon. La segunda ocurre en el tercer acto, durante una persecución en coche que se ve interrumpida tras colisionar Wick con dos de los malos. Al bajar del vehículo y continuar su lucha allí mismo, se puede apreciar que ni un solo civil parece darse cuenta de lo que ocurre y continúan circulando por la rotonda como si nada. De nuevo, esta estructura ha formado una arena de combate.

El mundo de John Wick existe única y exclusivamente para que la violencia (el medio a través del cual se comunican los personajes) se desarrolle de la manera más directa posible. Es artificial, de la misma manera en la que un videojuego de acción es artificial. No soy la primera persona en comparar la franquicia con este otro medio, pero creo que la cuarta y última parte de la saga protagonizada por Keanu Reeves lleva este intercambio de lenguajes a un nuevo nivel: cada pelea, innecesariamente larga, está estructurada por oleadas y concluye con un combate de jefe particularmente duro. Los espacios donde se intercambian golpes están claramente delimitados, y hasta la cámara se deja llevar a planos cenitales, laterales y escorzos que no dejan de recordar a distintos subgéneros del shooter o a un videojuego de lucha.

Creo que existe cierta autoconciencia por parte de este final de saga de que va a pasar mucho tiempo hasta que una franquicia tan peculiar y desinhibida en su forma de afrontar las artes marciales reciba el trato que se le está dando a John Wick, tanto en popularidad como en presupuesto. Y no le importa forzar la máquina un poco, añadir a esa coreografía unos movimientos más que no vamos a tener la oportunidad de ver en otra parte incluso si no hacía falta, incluir esa otra sección súper ambiciosa pese a que pueda estropear el ritmo. Es una catarsis por todo lo alto, que tira la casa por la ventana y que, pese a ser uno de los grandes blockbusters de este año, es café para muy cafeteros.


Killers of the Flower Moon (Martin Scorsese)

Martin Scorsese tiene una forma de hacer películas por la que es famoso; de afrontar historias largas, ambiciosas y contundentes; de gestionar el tono y el ritmo. No es un estilo particularmente llamativo, sino más bien sobrio, pero la ausencia de imitadores a la altura demuestra que gestionar este tipo de producciones supone un desafío enorme más allá de visualizar lo que quieres. Es, también, una manera de entender las superproducciones ajena a esta época. A mí me gustó The Irishman. Vi muchas críticas a su conservadurismo formal e interminable duración, y efectivamente es una película autocomplaciente: una reunión de artistas de otra década, juntos para crear una vez más como hacían antes. Va dirigida a un público concreto, y no hacen daño a nadie. Creo que Scorsese ha hecho lo bastante por el cine, dentro y fuera del set de rodaje, como para poder permitirse la indulgencia propia sin que nadie tenga derecho a quejarse en sus últimos proyectos.

Mi punto es que este respetable caballero podría haber seguido haciendo The Irishman durante el resto de su carrera y yo, como mucha gente, habría atendido a la cita en todas y cada una de las ocasiones. Pero entonces llega Killers of the Flower Moon y supera todas las expectativas que tenía. No soy la persona más indicada para hablar del tema (por lo que sea), pero es una película rotunda a la hora de posicionarse políticamente. Explorando un episodio histórico que desconocía por completo, sin dejar espacio a la interpretación pero matizando cada episodio de su trama. Y, como toda obra verdaderamente comprometida, utilizando el pasado para hablar del presente. Estamos ante una cinta de proporciones titánicas, que vive en mi mente y cada vez me convence más de que es verdaderamente especial. Si hubiese más viejos como Scorsese, creo que el mundo sería un lugar mejor.


Mars Express (Jérémie Périn)

Corren tiempos un tanto aciagos para los fans de la ciencia ficción animada. Hace mucho que Japón perdió el interés en dedicar horas a diseñar, dibujar y limpiar cada puñetero engranaje que poblaba el anime de finales de siglo, y como en el resto de países esta filosofía nunca ha sido un furor que digamos, nos hemos quedado con poco con lo que trabajar.

No obstante, hemos tenido suerte, y Jérémie Périn (quien debe ducharse tirando a poco) nos ha deleitado con el mejor plagio de Ghost in the Shell que he tenido el placer de ver desde Ghost in the Shell 2. La historia transcurre en Marte, donde una investigadora alcohólica (que en una escena sale haciendo flexiones y me puede hacer todo el daño que quiera) y su compañero androide con pasado truculento intentan desentrañar los misterios que ocultan la desaparición de una joven y el descontrol de una inteligencia artificial. Sólo con esto ya podéis imaginaros que es una película muy "de género": tanto muy de ciencia ficción como muy de cine negro. Pero, si funciona tan absurdamente bien es por su enorme entrega a esta condición.

Su ciencia ficción es extremadamente física: cada dispositivo holográfico está integrado en la cotidianidad de los personajes y cada avance tecnológico tendrá un uso poco ortodoxo cuando menos te lo esperes. Pasan muchísimas cosas en sus escasos 85 minutos, y cuanto más profundizas en su trama, más áspera y trascendental se vuelve. Es una obra con la que apetece obsesionarse, reevaluar, impregnarse de su mundo sorprendentemente bien pensado.

¿Estoy diciendo cosas que ya has visto en otras propuestas del género? Puede. Pero hay un gran riesgo en apostar por un enfoque clásico con referentes tan claros. Pese a que compararla con las obras maestras de Katsuhiro Otomo o Mamoru Oshii sea intuitivo, Mars Express ha logrado salirse con la suya y hacer que no pienses en nada más que en su fresco y grandioso enfoque a esta forma de hacer historias. Eso, si me preguntan, es un síntoma de excelencia.


May December (Todd Haynes)

Me resulta muy interesante investigar qué estudios tienen los directores de las películas que veo. No hablo de hasta dónde llegaron en el sistema educativo que sea, sino del tipo de estudios que cursaron. También me valen aficiones a las que le hayan dedicado mucho tiempo, claro. Quiero decir, si tienes la oportunidad de hacer una película, tendrás que elegir un tema, ¿no es así? Cuando un autor sólo le ha dedicado tiempo al "cine como concepto", ¿qué va a hacer? ¿Una película sobre cine? Es posible. O puede sencillamente investigar sobre un tema que le interese para esa película y todo perfecto. Pero es bastante gracioso que Naoko Yamada sepa ikebana y la mitad del metraje de sus películas sean planos de flores.

El caso, ¿sabéis qué estudió Todd Haynes? Semiótica. No sé cuánto considerará él que esto ha influido a sus películas, y no he hecho una retrospectiva minuciosa de su obra, pero si tengo que señalar similitudes entre todas las cintas a su nombre que he visto pensaría en una inteligencia emocional de otro planeta y en una capacidad para entender y manejar los procesos comunicativos acojonante. De comunicación, precisamente, diría que va su última película, May December, que destaca por su excelencia incluso dentro de esta lista de lo mejor del año. De comunicación, y de muchas cosas relacionadas.

Contar más de la cuenta me parecería criminal en este caso, pero sí puedo decir, sin miedo al spoiler, que trata sobre una actriz (Natalie Portman, quien me ha dejado con la mandíbula completamente dislocada con su actuación) conviviendo con una mujer unos 20 años mayor (Julianne Moore, que tampoco lo hace precisamente mal), en un esfuerzo por entender cada rincón de su complicada mente, pues debe interpretarla en una película a punto de rodarse. Es un estudio de personaje no a través de un narrador omnisciente sino de otro personaje. Como digo, trata sobre la comunicación, porque la protagonista necesita reflexionar en profundidad sobre cada diálogo en un ejercicio sobrehumano que le permita discernir qué es real, qué es mentira y qué es autoengaño. No sólo cuando habla con el otro personaje principal, sino con todo el círculo social que conoce (o cree conocer) a esta persona. Pero también afronta la comunicación en los medios, el cómo se relaciona con su entorno profesional una actriz; cómo una persona que se dedica a la interpretación se retroalimenta con su personaje.

Francamente, Haynes tiene el cerebro mucho más gordo que yo. Entiendo (creo) exactamente de lo que está hablándome, porque él mismo parece haber entendido la comunicación y se explica increíblemente bien. Pero ser capaz de expresar por qué cada conversación que se produce y cada tema planteado es absolutamente procedente me llevaría horas y horas de revisionados, análisis y lecturas. No pasa nada. En la comunicación no todo es lógica y argumentos. De hecho, la mayoría son emociones abstractas. A veces se me olvida.


Mission: Impossible - Dead Reckoning Part One (Christopher McQuarrie)

A veces me despierto en mitad de la noche, excretando sudor por cada poro de mi cuerpo, con la respiración agitada, y pienso... "¿Qué significa ser una película de alto presupuesto?"Me explico: consciente o inconscientemente parecemos tener la noción de que hay dos tipos de cine. A saber; el comercial, hecho con mucho dinero, que tiene que contentar a la mayor cantidad de gente posible; y el independiente, más barato y personal. Y en el medio, ese término que nos encanta: middlebrow, que ni siquiera hace referencia a nada relacionado con el dinero pero lo empleamos igual porque elitismo o algo.

Pero, ¿qué pasaría si Sergei Parajanov volviera de entre los muertos y Martin Scorsese convenciese a todas las productoras de los EEUU de poner 500 millones de dólares en su nueva película sin cuestionar absolutamente nada de lo que desease el director armenio? Sería la película más cara de todos los tiempos, pero no tendría un pelo de producto para masas, ¿no es así? Esto, que parece obvio, no es tan obvio; el mundo es un lugar extremadamente caótico y he perdido la cuenta en la que obras tan deliberadamente retorcidas como Chainsaw Man se han convertido en auténticos fenómenos sociales.

Puede que una figura tan popular como Tom Cruise nos aleje un poco de esta idea (pese a que una de sus películas más sonadas de la década pasada adapte All You Need Is Kill y encima sea un puto banger), pero merece la pena recordar que Misión imposible era una serie de televisión en 1966. ¿Convertirla en una saga de películas iniciada por Brian De Palma y continuada por John Woo no es el suceso más arbitrario que hemos aprendido a normalizar en la historia del género? Quiero decir, cuando 007 decidió que ya iba siendo hora de adaptarse a los nuevos tiempos, Misión imposible siguió apostando por las máscaras hiperrealistas y demás aparatos remitentes a un pasado más cheesy.

Dead Reckoning no es sólo una película trepidante y catártica a poco que hayas disfrutado con cualquiera de las anteriores, con un enorme gusto a la hora de diseñar cada secuencia de acción, sino el principio del fin para una saga que, cuanto más la pienso, más estadísticamente improbable me parece.


Monster (Kaibutsu) (Hirokazu Koreeda)

Es bastante fácil juzgar cualquier desgracia, sea leve o grave, negando con la cabeza y mascullando: "Si es que es un problema sistémico". Habitualmente este juicio será verdad, pero lo peligroso de utilizar una frase tan corta para referirse a algo tan complejo es que, si nos despistamos, pierde por completo su significado.

Kaibutsu es todo lo contrario a esta actitud (de la que peco con frecuencia). Todo está inventado: no es la primera vez que una película dividida en capítulos va cambiando de protagonista para relatar las diferentes perspectivas de un mismo suceso. En todo caso, es una estructura que casi conforma su propio género. Pero no es fácil escribir una historia así de manera que todo encaje con naturalidad. Y mucho menos comprimir tantos temas en cada una de las tramas, a la vez tan dispares pero que conformen un todo tan coherente. "¡Claro, es un problema sistémico!" dices tras recuperarte de la paliza emocional que te acaba de meter, supongo que por última vez, Ryuuichi Sakamoto. Pero ahora el significado es distinto: ahora has visto los engranajes moverse.

Ha costado, pero al final un director japonés lo ha logrado: ha hecho denpa para auténticos maricones. Y hablando de maricones...


Mutt (Vuk Lungulov-Klotz)

No es tan complicado hacer un retrato correcto con la experiencia trans: basta con dejar que lo dirija y protagonice gente trans. Lungulov-Klotz escribió el guion hace años casi como un ejercicio que le permitiese aceptarse a sí mismo y a su enterno, y se nota.

Este mismo año España contó con un gran representante para la temática, especializado en la infancia trans, pero aunque en el cine casi me da un ataque de ansiedad viendo la escena del vestuario, Mutt es probablemente el reflejo más agridulcemente personal que he visto este 2023. Es una película dura, porque vivir siendo trans, sobre todo al principio, implica que en cualquier instante cotidiano un mal comentario, un missgendering o cualquier otra mierda te puede amargar la tarde y destruir gran parte del trabajo de autoaceptación que cuidadosamente has realizado. Pero, lejos de regodearse en su miseria, este es un largometraje lleno de pequeños momentos de euforia y de empatía.

La clave es que todo está visto desde dentro. En Girl, la mirada cis se tradujo en una película condescendiente, que parece entender a las personas trans como un grupo de pobres víctimas que se pasan el día sufriendo por su disforia hasta que un grupo de amables médicos les opera los genitales y todo se vuelve de color rosa. 20.000 especies de abejas es cien veces más sensible y está mil veces más informada, pero es cierto que tiene el foco muy puesto en la familia de Lucía, sintiéndose más como una obra didáctica para que la sociedad entienda de qué sutiles formas la están cagando día tras día. Y eso es genial, pero Mutt es una película de gente trans para gente trans. Y eso me gusta.


Oppenheimer (Christopher Nolan)

Llevo pensando en Oppenheimer desde que la vi en cines con una intensidad que no esperaba. ¿Cómo es posible que el director de La leyenda renace, una de las películas con peor gusto cinematográfico que jamás ha sido producida por una cantidad tan exorbitante de dinero, haya alcanzado semejante sofisticación a la hora de trabajar su imagen? Supongo que 10 años dan para mucho, pero el símbolo recurrente de los anillos concéntricos para representar como 5 cosas diferentes protagoniza mis sueños húmedos desde agosto.

Me aterraba (y me sigue aterrando) la idea de un biopic sobre el padre de la bomba atómica. Implica un trabajo de investigación absurdo, la capacidad para comprimir cientos de miles de detalles importantes en una narración que no supere las 3 horas y hacer un juicio sensible del pasado, del presente y del futuro. He oído muchas críticas que desearían una postura un poco más radical, es cierto que pese a cuestionar en innumerables ocasiones la figura de su protagonista el mero hecho de rodar esta cinta corre el riesgo de romantizarle para muchos ojos y la idea de titular "fisión" y "fusión" a la dos mitades de la obra parece salida de la mente de un niño de 15 años.

Pero, con todo lo que tenían en contra, creo que el equipo ha conseguido recorrer un lodazal aparentemente insalvable con una gracia inesperada, manteniendo la mente en el porvenir y demostrando que se pueden hacer cosas interesantes con este formato. Quien se crea capaz de hacerlo la mitad de bien, que tire la primera piedra.

Anécdota graciosa: el día que salió estaba visitando Hiroshima y prometo que no fue algo planificado.


Past Lives (Celine Song)

Una de las cosas que más me gusta del cine es su capacidad para ponerte en la piel de otras personas. El primer fenómeno cinematográfico que llegó a mis oídos este año fue el debut directoral de Celine Song, que parece haber puesto todas sus vivencias personales en tres protagonistas tan diferentes entre sí que su único rasgo común debe ser la incognoscible profundidad emocional que poseen.

En general ha gustado mucho en mis círculos sociales, pero más de una opinión negativa se centra en que les resulta imposible conectar con una mujer lo bastante acaudalada como para que su principal preocupación por momentos parezca ser si es lo bastante estadounidense para tal cosa o lo suficientemente coreana para otra. Puedo entenderlo, supongo: es una película extremadamente generacional donde los avances tecnológicos van cambiando la manera en la que los personajes se relacionan con su pasado en la primera mitad, y tan personal como para dedicar conversaciones enteras a inseguridades nacidas de pequeñas fricciones culturales entre los personajes en la segunda. 

Si a alguien le parece un tanto complaciente, lo comprendo. Pero creo que, ante todo, estamos ante un ejercicio de sinceridad, de personas completamente volcadas en lo que quieren transmitir y que incita a darle las vueltas que haga falta a cómo cada personaje siente y actúa. Como digo, una de mis cosas favoritas del cine es su facilidad para meternos en la cabeza de cualquier persona, sea del país y época que sea, trátese de un marco real o ficticio. Y esta película, sencillamente, lo hace particularmente bien.


Shin Kamen Rider (Hideaki Anno)

Es extraño. Cuando veo tantas películas excelentes juntas, por momentos me olvido de que 2023 ha supuesto el regreso de Hideaki Anno a la imagen real tras varios retrasos ocasionados, principalmente, por la pandemia. Pero, si me pusiesen una pistola en la cabeza y me obligasen a elegir una película cuya existencia quisiera conservar este año, en un mundo en el que todas las demás serían borradas de la faz de la Tierra, una parte de mí, de manera completamente irracional, querría elegir esta.

No sé cuánta presentación necesita a estas alturas la figura de Kamen Rider o la pasión de gente como Shinji Higuchi y del propio director de Evangelion por el tokusatsu que tan innegablemente ha definido su obra (decidme si este plano de la Gridman original no os recuerda a algo). No es la primera vez que estos nombres aparecen al hablar de una película así: el propio Anno dirigió la estrafalaria Cutie Honey de imagen real y no tengo que alejarme demasiado en el tiempo para spamear brutalmente mi lista del año pasado, en la que incluí Shin Ultraman.

Sin embargo, creo importante que se sigan haciendo películas así, tan inspiradoramente desacomplejadas y juguetonas, que mantengan viva la llama de la ilusión infantil entre los creadores. El día en que nos olvidemos del milagro que es colocar la pose estática de un tío sobre un fondo deslizándose a toda velocidad, el cine habrá muerto.


Spider-Man: Across the Spider-Verse (Joaquim Dos Santos, Kemp Powers, Justin Thompson)

Ver Across the Spider-Verse en retrospectiva sigue siendo una movida. Puede que porque ha sido uno de los éxitos de crítica más rotundos que he visto en cine comercial, puede que porque su producción ha sido un cristo demencial incluso para lo que suele ser la animación de alto presupuesto, o puede que porque hablar de una trilogía con un final aún sin estrenar siempre da un poco de miedo.

Into the Spider-Verse supuso la mayor revolución desde Toy Story en cómo EEUU iba a afrontar su cine de animación. Han pasado 5 años, y hemos pasado por imitadores tan decididos como Arcane o Mutant Mayhem, así como nombres importantes tonteando con este nuevo estilo en The Last Wish o... ¿alguien ha visto Wish? Y creo hablar en nombre de todo el mundo cuando digo que, si alguien pensaba que habíamos visto todo lo que el cell-shading tenía que ofrecer, que sólo quedaba explorar matices, bastó un minuto de Across the Spider-Verse para demostrarnos que el rey seguía siendo el mismo, y que el techo estaba mucho más alto de lo que podíamos imaginar.

Esta secuela ha sido un evento de proporciones pocas veces vistas. Y lo sigue siendo. El significado de Spider-Verse empieza a definirse, pero aún queda mucho por ver en los años venideros. Como decía, porque la trilogía no ha estrenado su final. Pero esta obra late más allá de los límites de su propia historia, extendiendo sus tentáculos hasta el mismo subconsciente colectivo. Nadie puede escapar a ella, sólo desear que los terremotos en la industria de este año propicien mejores condiciones para los artistas involucrados en la tercera parte. Lo más probable es que el año que viene no se estrene Beyond, que deban retrasarla. Pero tendremos la segunda temporada de Arcane. Y eso, en parte, también es Spider-Verse.

Pero, aunque el año pasado dejé una pequeña sección de tres títulos muy dispares como el Olimpo de 2022, este invierno puedo permitirme la elección de una sola obra que destacaría sobre el resto. Porque mi película favorita de 2023 es...


Gridman Universe (Akira Amemiya)

La relación de una persona con el cine cambia cuando se dedica profesionalmente a ello. Se te abren las puertas a modos de representación a los que antes no habrías sido capaz de dedicarles el tiempo necesario, tu mundo se expande a través del trabajo de gente en cada rincón del mundo y unos créditos iniciales dejan de ser algo que saltas en Netflix para convertirse en la puerta a un nuevo mundo de posibilidades. Es emocionante, pero tampoco voy a negar que en algunos momentos puede resultar agotador e incluso estresante.

Cuando estás buscando ideas visuales para un trabajo, sientes la responsabilidad de tomar notas de cualquier cosa interesante que veas en una película. Revisas tu lista de pendientes en busca de algo para ver y te das cuenta de que todo lo que hay apuntado está ahí porque te interesa y contribuirá a tu desarrollo profesional, pero las 11 de la noche no siempre es buena hora para ver Armonías de Werckmeister. A veces se echa de menos el sentimiento de descubrimiento constante, de ilusión pura, que se tiene al empezar.

Pero, por suerte, siempre habrá alguien haciendo una película que en su momento vibró con lo mismo que tú, para el cual el elemento más arbitrario, sea un objeto, un plano o una paleta de colores, puede evocar una dimensión emocional inabarcable que parece compartirse de manera casi mágica a través del espacio; cuerdas vibrando con exactamente la misma frecuencia porque una pausa ha durado X fotogramas. Este año, como la mayoría, he tenido la suerte de que me pase, y ha sido con Gridman Universe.

Ya lo he dicho con Cerrar los ojos y lo repito: este crossover entre Gridman y Dynazenon producido en Trigger no necesita ningún hándicap emocional para estar aquí. Es, por sí misma, una película excelente, que ha sabido tomar todos los códigos visuales que caracterizaban a la serie y demostrar que ninguna de las referencias a Gainax era arbitraria, sino que se estaba construyendo un lenguaje propio de manera muy consciente. Sorprende lo muy evidentes que son sus referentes, pero lo fresca y única que se siente. Es un homenaje a muchas series, pero también a una filosofía de lo guay.

Las secuencias de transformación son las escenas más ambiciosas de cualquier anime viejo porque habitualmente se repetían en todos los episodios. Pero en Gridman lo son incluso más pese a que en una misma pelea es posible presenciar dos fusiones nuevas que, sin embargo, nunca vamos a volver a ver. Existe una reverencia absoluta hacia el pasado, pero no es tanto una reinterpretación de los mismos conceptos sino que se busca construir iconos completamente nuevos, adaptar los temas del denpa noventero a personajes como Yume, que pueden resonar mejor con los adolescentes de la nueva generación.

Repito que Gridman Universe no necesita que la justifique para que un espectador entienda su calidad. Basta un minuto de metraje para eso. Pero para explicar por qué es la película con la que más he disfrutado este año necesito referirme necesariamente a lo arbitrario, lo abstracto, lo animal, lo adolescente. A la estructura que por momentos recuerda a La Desaparición de Haruhi Suzumiya, a las composiciones que incesantemente remiten a Hideaki Anno, al timinig a la hora de colar una insert song, a la distribución exacta de la animación y al tipo específico de adolescentes incómodos que protagonizarían la escena final.

Para mí hay una realidad emocional en todo ello, una parte de mí aunque yo no haya tenido nada que ver con la película. Necesito que ese intangible siga circulando en el eterno proceso comunicativo que es el flujo de imágenes y sonidos. Y que tarde lo máximo posible en disolverse.


Así que nada. En 2022 dije que había sido un gran año para el cine y que había podido aprender mucho, además de esperar que el siguiente fuese más y mejor. ¿Lo ha sido? Para el cine, no lo sé, pero desde luego cada vez entiendo más sobre la imagen. ¿O más bien cada vez me doy más cuenta de que no entiendo demasiado? Voy a suponer que son sinónimos.

Por cierto, si estas 20 no son suficiente, he preparado una lista en mi Letterboxd con 20 más que me han parecido igualmente interesantes. Y... tomad esta también, de cuando fui a Annecy. Porque será por pelis, ¿no?

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Joder, qué cantidad de trabajo. Siento que la última vez no fue tanto. Quizás es porque he visto más películas para preparar el tema, o a lo mejor sencillamente es que me he pasado escribiendo, o había acumulado más cansancio de antes.

En cualquier caso, ya veré cómo lo afronto el año que viene. Igual me merece más la pena hacer la lista de 40 en Letterboxd y uno o dos temas explayándome hasta el infinito con las que más me interesen. Es lo que voy a hacer con la de Miyazaki, ¿no? Aunque eso lo quería haber hecho hace meses... Vaya tela, la vida.


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