Estas palabras serán lo primero que leáis, pero lo último que escribo. Básicamente porque no tenía idea de cómo plantear la introducción. De todas formas, nadie la revisa con cuidado en este tipo de listas. Pero me acabo de dar cuenta, tras el satisfactorio sonido de ese anhelado "punto final" retumbando desde mi viejo teclado, de que se me ha olvidado hablar de Emilia Pérez. Pero es que... tampoco tengo nada muy interesante que decir sobre ella, llevo una semana trabajando en esto y ya no puedo más con mi vida. Me apetece dibujar y jugar a Balatro. Así que, ¡que le den por culo a Emilia Pérez!
Por ello, en lugar de currarme un apartado en condiciones, hablo de ella aquí mismo y que haga las veces de introducción. ¡Allá va mi comentario! (se aclara la garganta) Está guapa. Tiene una canción sobre la vaginoplastia. La recomiendo.
Que empiece la fiesta.
A Different Man (Aaron Schimberg)
2024 ha sido un año impresionante para el cine estadounidense. Siendo uno de los países que más películas producen, tiene sentido que lo sea. Pero el maniqueísmo insípido que suelo observar en cada nueva superproducción salida del barrio de Los Ángeles que más ha hecho por el medio (para bien y para mal), a veces nos hace olvidar algo que ya era evidente en los 50s: Estados Unidos no es sólo Hollywood. Este año hemos tenido muy buenas películas hechas con micropresupuestos, y por supuesto, grandes estrenos en el panorama middlebrow (término que tengo que dejar de usar con urgencia).
He tardado mucho, pero al fin me he dado cuenta de algo sumamente evidente: A24 es una de las productoras cinematográficas más importantes del siglo XXI. A Different Man es una película endiabladamente bien pensada, menos unívoca que cualquiera de sus primas de la costa Oeste; sin miedo al desnudo completo ni a exhibir con orgullo un fichaje como el de Adam Pearson. Es, también, una película con el suficiente presupuesto como para contar con Sebastian Stan como actor principal.
Menos comentada que The Substance, aunque discutiblemente más provocativa pese a tener una premisa similar, la película no va de cómo nos relacionamos con nuestra imagen en el mundo suprasensible del espectáculo, sino sobre cómo nuestra autopercepción afecta a la relación que tenemos con los demás y viceversa. En ese sentido, A Different Man se siente menos concisa, pero también más expansiva y punzante en su interpretación del esperpento.
No necesitamos manipular lo que piensa la gente, sino incitarla a replantearse la manera en la que piensa. Construir una conversación, confiar en les espectadores. El cine no es, ni debe volver a ser, lo que era en los primeros años de aquel municipio californiano. Creo que esta película lo ha entendido, y siento que A24, más que ninguna gran productora y también más que ningune autore experimental de por ahí, ha confiado en el poder de su público, y no en el suyo propio, para cambiar el mundo.
Anora (Sean Baker)
La mayoría de reseñas de Anora comienzan resaltando cómo Sean Baker es un director que ha encomendado gran parte de su carrera a normalizar estilos de vida atípicos, con especial hincapié en el trabajo sexual. Es una afirmación cierta, pero que deja de lado la famosa horizontalidad creativa de sus proyectos: tan importante para la existencia de la ganadora de la Palma de Oro como el trabajo de su director es la labor de sus consultoras creativas, a destacar Andrea Werhun.
Este nombre, quizás menos sonado en los círculos cinéfilos que la brillante Mikey Madison o el propio Baker, ya causó revuelo en 2018 con su libro Modern Whore*, unas memorias hablando de los años que pasó como escort. Desde entonces, ha dedicado parte de su carrera a la educación de trabajadoras sexuales en activo en materias como el sexo seguro o la protección contra la violencia. Ella misma admite que su experiencia es la de una profesional de clase media, cisgénero por añadido, y que no debe ser extrapolada a todo el mundo. Desde luego, no estoy en posición de opinar al respecto; tan sólo puedo redirigiros a voces con experiencia en la materia y dejar que sean ellas quienes hagan avanzar la conversación. Pero en un tema tan trillado en cine como es el trabajo sexual, habitualmente representado ya sea de manera absolutamente apocalíptica, o bien como algo improcedentemente romantizado, puedo apreciar cómo Anora es diferente.
*no lo he leído lolol
Lo es no sólo por representar una visión mucho más matizada de este trabajo, sino, sobre todo, más cotidiana. Se percibe en las dinámicas entre Ani y sus compañeras (buscad "whorearchy" en Internet), en momentos sorprendentemente íntimos que no olvidan el intercambio económico que en el fondo se está produciendo (como cuando la protagonista da feedback a Vanya sobre cómo durar más y sentirse mejor) y... en toda la interpretación de la jovencísima actriz principal, en realidad. Todo se siente creíble, y la única manera de lograr algo así, sea cual sea el tema, es mediante el trabajo codo con codo con la consultoría adecuada. Intuitivo, desde luego, pero tristemente no tan frecuente.
Singin' in the Rain arranca con un plano de los protagonistas, un encantador trío de perfectos blancos estadounidenses, marchando hacia la cámara al ritmo de la música. Do the Right Thing lo hace con una figura bailando, determinada, Public Enemy, reinventando las convenciones visuales del viejo cine para dotarlas de una nueva carga política. Si los títulos de créditos de uno de los grandes éxitos de este año son el primer plano de la protagonista haciendo un lap dance, quiero pensar que algo estamos haciendo bien.
Between the Temples (Nathan Silver)
Hay una escena muy guay en Between the Temples donde el protagonista, cantor judío en crisis de fe desde que su mujer falleció hace un año, entra a una iglesia católica. Allí, un cura lo recibe y terminan hablando sobre el Más Allá. Es un punto de inflexión para la trama en la que dos personas con creencias muy diferentes encuentran un nexo común y se dan apoyo mutuo.
En los últimos años me he dado cuenta de que, pese a ser una persona decididamente atea, mis preocupaciones no son tan diferentes a las de mucha gente religiosa o, como mínimo, espiritual. Lo sentí viendo hablar a Tarkovsky en su documental sobre la preproducción de Nostalgia. Si cambias algunas palabras, en el fondo todes buscamos lo mismo: vivir intensamente y contribuir a la felicidad de la gente que queremos; crecer junto a les demás mientras le damos algo de dirección a nuestra existencia.
Between the Temples es una película que celebra la diversidad incluso dentro de colectivos habitualmente estereotipados. Las madres del protagonista son una pareja judía y gay, una de ellas originaria de las Filipinas; la coprotagonista tiene como objetivo realizar el bat mitzvah pese a rondar los 60 años (pasándose el kósher por el coño, ya de paso) y la propia sinagoga en el centro de la acción es famosa en su pequeño pueblo neoyorkino por su flexibilidad.
Pese a ser extraordinariamente tierna desde el planteamiento, la obra no se sentiría tan humana si no fuese por el modus operandi de Nathan Silver. Acostumbrado a gestionar micropresupuestos, da muchísimo espacio a los actores para la improvisación, construyendo conversaciones demasiado naturales para ser verdad entre las que el montaje corta sin miedo ni pudor. Se trata de una cinta hilarante y tonalmente única cuya humildad no debe ser en ningún caso confundida con falta de ambición o conformismo con autodenominarse una obra menor. Si este año he visto una película pura, sincera y coherente consigo misma, tiene que ser esta.
Black Dog (Guan Hu)
Lo siento, yo no hago las reglas: una lista de fin de año no está completa sin una película china sobre una persona regresando a su pueblo natal. En Black Dog, Eddie Peng interpreta a un hombre triste y confundido, que acaba de salir de la cárcel para descubrir a su padre conectado a una máquina que lo mantiene con vida. Ambientada en 2008, los vecinos se largan en busca de un lugar mejor para vivir. Todas estas ideas de éxodo y soledad no dejan de repetirse en el cine chino del último par de décadas. Tiene sentido, en un país que ha experimentado un crecimiento económico tan rápido. Con tantos cambios, que tu tiempo se congele durante unos años debe suponer volver a un lugar completamente desconocido.
Por supuesto, el tiempo no es lo único congelado para el motorista sexy del año, sino también su corazón. De cómo se derrite, precisamente, trata la película. Resulta complicado entender exactamente qué le pasa por la cabeza a este personaje en los primeros compases de la cinta si no tienes material con el que rellenar en forma de vivencias similares. Apenas pronuncia un par de líneas de diálogo en toda la película. Muy rara vez la cámara cruza la línea del plano entero. Siempre le vemos desde una distancia completamente asceta, sin tan siquiera disponer de encuadres que nos permitan evaluar la expresividad de su rostro.
Es un tipo de cine contrario a la convención estadounidense definida por Griffith y compañía, que se va permitiendo un acercamiento sutil pero precioso a las emociones que se ocultan tras esta fachada de tipo duro. Es gradual, y nunca se da el lujo de recurrir al melodrama; eso requeriría una sensibilidad que los personajes no se pueden, o no se saben, permitir. Al final se trata de encontrar esperanza cuando el mundo parece venirse abajo, de recordar que la consumación de todo es el principio de algo, y que si tenemos la suerte de seguir con vida, bien merece la pena conducir hacia lo que nos venga. Expresado con estas palabras, suena como un mensaje trillado, pero la sensibilidad mayúscula de su recta final le confiere un mundo entero de emociones reales y pensamientos sinceros.
Además, al final del rodaje, el actor principal adoptó al perrito con el que había trabajado durante la película. ¿Cuán adorable es eso? Quiero decir, yo me lo follaba. Al actor, digo. En plan, al actor humano, claro. Lo matizo, por si acaso.
Challengers (Luca Guadagnino)
"Do you know what tennis is? It's a relationship". No hay un solo momento de Challengers en el que los personajes no estén follando delante de nuestras narices, literal y/o figuradamente. La vi hará cosa de 8 meses y creo que sigo procesando hasta qué punto es buena, la mayor proeza técnica al servicio de puro salseo que he visto en mi vida.
He oído a gente tildar la nueva obra de Luca Guadagnino de tonta, supongo que por darle tanto peso a las dinámicas de un trío de personajes que cuando no son adolescentes, se están comportando como tal. ¿Sinceramente? ¡Pito chico! A mí no me gustó demasiado Bones and All, pero la finura con la que Challengers perfila la psicología de sus personajes es tan, tan exquisita, que los dramas románticos del grupo principal se convierten en uno de los thrillers más apasionantes del año, estructurado mediante una endemoniadamente inteligente red de saltos temporales que transforma cada detalle de la trama en un apasionante giro de guion para recontextualizar todo lo presenciado hasta el momento.
Cada segundo de esta película es intenso como pocas pueden permitirse, la tensión sexual siempre a punto de romper la mismísima estructura plástica de la cinta en el interior del proyector. Todas las discusiones (y hay muchas) vienen acompañadas de un estridente techno inspirado en la música electrónica alemana de los 90s, a veces casi imponiéndose sobre el diálogo, animándote a ser cómplice de este mundo de altas revoluciones donde cualquier comentario es una excusa para que la sangre empiece a bombear. No hay escena que no se permita el lujo de disfrutar de ella misma, con cámaras lentas sacadas del más dramático de los anime y decisiones de puesta en escena completamente desquiciadas a medida que se acerca la recta final.
Haceos un favor: reunid un pequeño grupo de amigos y ved Challengers. Con su redefinición de "marujeo", pocas cosas tan delirantemente entretenidas e impactantes os vais a echar en cara.
Chime (Kiyoshi Kurosawa) y Cloud (Kiyoshi Kurosawa)
Kiyoshi Kurosawa es uno de esos directores que nunca han alcanzado el prestigio internacional propio de otros maestros de un cine a priori más pretencioso, pero que lleva más de 30 años iterando sobre unos temas tan específicos que a estas alturas no sólo caga oro con una naturalidad envidiable, sino que cuantas más pelis suyas ves, mejor entiendes de qué forma está modulando su discurso para expresar cosas ligeramente diferentes.
De primeras, estas dos obras no tienen tanto que ver; una es un psycothriller y la otra una peli de acción. Pero, en realidad, ambas van de lo mismo. De una sociedad donde la violencia late en silencio, a la espera de un momento en el que liberar las tensiones de manera explosiva y aparentemente inexplicable. Es un tema profundamente japonés, el de la muen shakai, ampliamente representado desde los años 90s por algunos autores muy específicos entre los que Kurosawa ya se contaba.
En Chime, esta violencia nace de la desconexión entre individuos y no se libera más que en momentos breves y brutales, medidos con precisión quirúrgica. En Cloud, una primera mitad centrada en el salvajismo implícito en la actividad laboral desemboca en una interpretación mucho más literal de su tema central, regresando a los orígenes pulp del director a la vez que matiza su alegato con la sutileza de un elefante. Al final, todo vuelve a la contraintuitiva soledad de una sociedad masificada, al brutalismo de unas dinámicas empresariales que hemos normalizado y al trágico triunfo del cinismo frente al humanismo.
Dice Jean Renoir que "un director hace una sola película en toda su vida; luego la rompe en pedazos y la vuelve a hacer". No es verdad para todo el mundo, pero para Kiyoshi Kurosawa parece ser el caso hasta el punto de trascender su propio ser y entrelazar sus imparables ramas con la Lily Chou Chou de Shunji Iwai, con la Love & Pop de Hideaki Anno; todas hijas de un mismo tejido social, de un solo espíritu colectivo. Y que lejos de hacer que las nuevas propuestas del creador nipón que hoy nos ocupa se sientan reiterativas, le dan más profundidad, más potencia, más textura. Una base análoga sobre la que construir, que justifica, explica y matiza lo que se cuenta como un interesantísimo apéndice a un discurso comunitario ya maduro. Este apartado del post se lo he dedicado a Chime y a Cloud, pero bien podría habérselo dedicado a todas las películas denpa que un grupo de directores japoneses llevan décadas filmando y animando, en un llamamiento desesperado a juntarnos y manchar el frío día a día de la sociedad capitalista con algo de calor humano.
Civil War (Alex Garland)
Desde las áreas sin conflicto, no siempre se ha vivido la guerra de la misma forma. El periodismo de guerra cambió mucho durante Vietnam, tanto por cómo se empezaron a conferir medios militares para transportar y proteger a los periodistas, como por el tipo de imagen, más creíble que nunca, que recibía el público (en este caso, estadounidense). Actualmente, las imágenes de guerra están presentes en nuestro día a día, en cualquier informativo que aparezca al encender la televisión. Lo que empezó como un desordenado intento de arrojar algo de luz sobre la realidad de los conflictos bélicos terminaría evolucionando y creando una ordenada red de convencionalismos audiovisuales que hemos aprendido a interpretar como la "guerra de verdad" en oposición a la "guerra de mentira" que vemos en las pelis de tiros.
No cabe duda de que esta nueva "estética de lo real" (a la que somos peligrosamente sensibles) ha influido en cientos de dramas bélicos; no tiene mucho que ver Senderos de gloria con La delgada línea roja. ¡Qué narices, Gears of War no existiría sin Vietnam! Y es todo este aprendizaje que realizamos diariamente durante los noticiarios el que nos hace vivir las imágenes de Civil War con tantísima tactilidad, como algo que está pasando de verdad. Porque sabe construir las mismas imágenes.
A lo largo de 2024 me he acomodado mucho en la idea de que la sala cinematográfica es el entorno indiscutiblemente propicio para ver una película. Con las plataformas digitales nos hemos acostumbrado a ver todo desde casa, con luz entrando por la ventana y el ruido de gente comiendo, malamente tumbades en la cama, una peli de hora y media dividida a lo largo de tres días, interrumpida cuando sólo le quedan 10 minutos para terminar. Todo eso conforma un visionado sin peso. Planificar la visita al cine, concentrarte en la película durante toda su duración, dejar que se trace el arco emocional de cada trama y comentar lo que acabas de ver a la salida tomando algo. Eso es un visionado con peso. Lo demás es perversión y socialismo.
Cuando pensamos en grandes eventos cinematográficos a los que acudir en busca de esa sensación de espectacularidad tan inseparable de mucho cine estadounidense desde el nacimiento de la industria, solemos pensar en el nuevo capítulo de la gran franquicia de turno. Sin embargo, es probable que tuviéramos que pensar más en cine de estas características. Inmersivo, físico, una de las experiencias más tensas y emocionantes que he tenido en todo el año. Un recuerdo producto de su excelencia cinematográfica, pero que no habría vivido así desde la comodidad de mi sofá.
La habitación de al lado (Pedro Almodóvar)
Me gusta mucho ese momento en la vida de une directore madure en el que la experiencia es tal que el fracaso parece imposible, porque cada decisión, ya sea fruto de la reflexión o del instinto, termina encajando en el todo con una envidiable suavidad. No todas las apuestas de La habitación de al lado son del todo tradicionales. Tampoco muy radicales, pero su estructura narrativa desde luego se va por unos derroteros que habrían hecho a Vladimir Propp alzar una o incluso dos cejas. La cosa se rige por el principio de "si es interesante, se queda", y me atrevo a hilar más fino: "si es sincero, es interesante". De qué otra forma podría, por otro lado, afrontarse un tema tan terrorífico como la eutanasia.
Me parece importante, en esta más que en ninguna otra peli de la lista, no revisar la línea de tiempo en ningún momento del visionado. Hay una intensidad especial en no saber cuándo el personaje de Tilda Swinton se va a sentir preparado para dar el paso; ni ella misma lo sabe. Adoro la potencia del cine joven, pero hay un pulso aquí que sólo puede ser consecuencia de vivir 75 años en el mundo, un peso y una importancia superlativos en cada gesto, aunque paradójicamente la preocupación por qué será exactamente ese ademán es casi nula: todo (o casi todo) es interesante, sólo hay que afrontarlo de cara.
Hablaba antes de sinceridad porque siento que es la clave de la coherencia. Por mucho que una escena se tome su tiempo antes de cortar, o que otra se vaya por las ramas hablando del cambio climático y el ascenso de la ultraderecha, ni por un segundo desentona, porque todo parte de la misma preocupación existencialista, insondablemente genuina.
Me gusta ese momento en la vida de une directore, decía, en el que una simple pincelada trazada con tinta negra sobre un lienzo en blanco se siente no sólo estética sino cautivadora. Todo el mundo teme a la muerte, quien más, quien menos, y a veces pareciera que estos discursos cinematográficos sobre el final van un poco de lo mismo. Craso error pensar que visto uno, vistos todos; no sólo tengo cada vez más claro que en los matices está el meollo, sino que regresar a un texto en diferentes momentos de tu vida lo transforma por completo. Vale la pena sentarse, pasar el trago y pensar en cómo vivir un poquito mejor al día siguiente.
I Saw the TV Glow (Jane Schoenbrun)
Si hay un anime que le suele gustar a toda la gente trans que conozco, es Serial Experiments Lain. Tiene gracia, porque probablemente Chiaki Konaka no conociese a una sola persona trans cuando escribió el guion. Y, sin embargo, toda la idea de la protagonista desdoblándose en Internet, de los zumbidos y sombras que la persiguen allá donde va, es algo con lo que conectará a nivel visceral cualquier persona que haya sufrido disforia.
I Saw the TV Glow es ridiculamente explícita en su forma de representar el mundo emocional de alguien que no se identifica con su género asignado al nacer, y sin embargo, en ningún momento de la película se pronuncia la palabra "transgénero". La nueva obra de Schoenbrun no va tanto de representar cómo vive una persona trans, sino de cómo siente. Toda la trama de la segunda mitad a partir del giro principal de la película es una metáfora sobre desligarte de tu propio cuerpo, verte en tercera persona como si algo no terminase de encajar.
Lo fascinante y diferente de esta cinta es cómo explora sus ideas a través de la imagen en el albor del digital. Es relativamente fácil relacionar a una chica trans o lesbiana que aún no ha salido del armario con una obsesión adolescente por las series de chicas mágicas, por ejemplo. Tiene sentido: mujeres ultrafemeninas interactuando de maneras potencialmente homoeróticas. Pero lo que la historia de Owen y Maddy parece haber entendido va mucho más allá; es una idea trascendental de que hay un género inherente en todas las imágenes. No sólo en "el rosa siendo de chicas y el azul siendo de chicos", sino en algo tan sencillo como la estática de una televisión por la noche siendo innegablemente más trans que cis.
Siento que, cuanto más nos comunicamos a través de imágenes en la era de Internet, más arbitrariamente se connotan con emoción ciertas estampas, más se relacionan entre sí de formas impredecibles motivos concretos, que nadie sabe explicar pero que todo el mundo entiende. Las dinámicas posgénero van a seguir expandiéndose a un ritmo imparable, y vivimos el momento en que sus símbolos visuales aún se están codificando. En unos años, miraremos atrás y I Saw the TV Glow tendrá aún más sentido que ahora.
"What about you? Do you like girls? Boys?"
"I don't... I don't know. I... I think that I like TV shows."
Juror #2 (Clint Eastwood)
¡Noventa y cuatro años tiene Clint Eastwood! Y ahí sigue, dando guerra. Quién sabe cómo será la realidad productiva de sus películas, cuánto control creativo habrá detrás del nombre en los títulos de crédito. Pero dedicar un sólo segundo de tu tiempo al cine en esas edades implica un compromiso con el medio pocas veces visto en su joven historia. Yo, desde luego, no siempre tengo tanta confianza en el poder del arte para mejorar el mundo.
Juror #2 es, entre otras muchas cosas, un giro de tuerca brillante a la fórmula de 12 Angry Men. El idealista título del '57 se convierte, gracias a un par de cambios fundamentales, en una complicada fábula que cuestiona no sólo el sistema jurídico estadounidense sino la propia moral del país. Para mí lo apasionante es que, donde otras miradas más jóvenes plantean la subversión completa de una manera de sentir y actuar que apesta a rancio, Eastwood y su equipo (a destacar un Jonathan Abrams que firma su primer guion para cine) parten de una visión del mundo que a estas alturas se manifiesta como parte del ADN del país y la cuestionan, la revisan, la ponen a prueba en los nuevos tiempos. ¿Cómo se responde a un estándar de masculinidad cuando para proteger a tu familia tienes que hacer algo injusto? ¿Cómo expías la culpa cuando ni siquiera sabes a ciencia cierta que has pecado?
En esta película todas las personas son buenas. O, al menos, están intentando mejorar. Pero no importa el desenlace: al final, alguien, culpable o no, va a tener que pagar el pato. ¿No es inhumano, no es el fracaso del orden? ¿No está una sociedad entera fallándole a sus individuos, quienes dan siempre su mejor esfuerzo? En una escena, dos abogados brindan: "Por el sistema judicial. Que no es perfecto, pero es el que tenemos". Cuánta convicción se refleje en sus miradas queda a interpretación de le espectadore.
Es contraintuitivo que el trabajo de un director que lleva dando guerra desde el Nuevo Hollywood se sienta más relevante que casi cualquier peli de alto presupuesto de este año. Pero si hay alguien que parece entender cómo ha mirado siempre el cine estadounidense y cómo siente su ciudadano, puede que, por encima de todo el resto de cineastas, ese sea Clint Eastwood.
Kinds of Kindness (Yorgos Lanthimos)
2024 no ha sido el año de Poor Things, pero sí ha sido el año en el que la mayoría de nosotres hemos podido ver Poor Things. No hace falta más argumento que un vistazo para reconocer que aquella épica de fantasía ambientada en el S.XIX es un proyecto mucho más magnánimo y contundente que Kinds of Kindness, antología rodada durante la posproducción de su aventajada compañera, la palabra "menor" escrita en la frente. Puede que precisamente por esto me alegre tanto de que el proyecto haya visto la luz.
No seré yo quien diga que las últimas películas de Yorgos Lanthimos son malas películas, pero es cierto que su colaboración con Efthymis Filippou, aún inmadura en Dogtooth, insensible en Alps y discutiblemente maniquea en The Lobster, había empezado a navegar aguas muy interesantes en The Killing of a Sacred Deer. A esas alturas, había un universo emocional diferente al nuestro, construido de cero, en sus obras. Una manera de sentir y de expresar que revelaba una verdad estilizada sobre quiénes somos las personas.
Me alegra haber regresado a este mundo con una película que nunca pretende superar en ambición a las dos últimas aventuras del director griego en el país del Tío Sam. Halo 3: ODST es uno de los Halo menos trascendentales, pero su naturaleza de proyecto menor le permitió innovar en direcciones inesperadas, probando conceptos que luego se refinarían en Reach. Siento que, sin este peldaño, valioso también por sí mismo, nunca habríamos encarnado a Six en Lobo Solitario.
Hay una serie de ideas y de decisiones, una búsqueda de una representación propia, que no está en The Favourite pero sí aquí. Es por el trabajo del escritor, qué duda cabe, pero también porque el menor presupuesto da manga ancha para tontear con lo impredecible. Pareciera un desvío en el camino, ¡como si hubiese una meta a la que llegar! No. Esto es un salto en otra dirección, uno con el potencial de acumular más impulso que ningún otro. Que esta obra sirva de medio, pero también de fin, para el desarrollo de un mundo que amenaza con hacer, si no la ha hecho ya, historia en el cine norteamericano. ¡Vivan los proyectos menores!
Look Back (Kiyotaka Oshiyama)
La primera vez que leí Look Back fue en el verano entre mi segundo y tercer año de carrera. Es duro empezar un grado artístico sin apenas formación técnica previa pero sabiendo apreciar lo que es un buen dibujo por haberte inflado a animación en tus ratos libres. Te vuelve muy consciente de lo pobres que son tus resultados cada vez que coges el lápiz. No te comparas contigo misme, sino con las personas a las que aspiras. Gestionar tu autoestima en ese contexto es terrible. Mi presente y futuro me quitaban el sueño. Vivía en una terrible ansiedad. En ese contexto, como digo, leí Look Back. Al año siguiente dirigí mi primer corto. Pequeño, como todo lo que he hecho. Pero un corto.
La segunda vez que leí Look Back acababa de terminar la carrera. Había tenido la oportunidad de realizar un segundo corto, más ambicioso e imperfecto que el anterior, en forma de TFG. Es terrorífico saber que las mejores oportunidades para realizar un proyecto de estas características se dan cuando aún no tienes idea de lo que quieres hacer, y menos aún de cómo hacerlo. Sacar adelante un corto fuera de la Universidad implica buscar subvención o, como mínimo, sacrificar gran parte de tu tiempo libre para llevarlo a cabo. Me daba miedo y hasta vergüenza que mi trayectoria creativa se interrumpiese al empezar a trabajar. En ese contexto, como digo, volví a leer Look Back. Al año siguiente empecé a mover un nuevo proyecto en fase avanzada de preproducción por mercados de animación. Pasará mucho tiempo hasta que pueda terminarse. Pero estoy tranquile.
Cuando vi Look Back había decidido que en 2025 quiero entrar a Gobelins, la escuela de animación más prestigiosa de Europa. Era, no obstante, un momento de mi vida en el que me estaba comiendo el tarro con problemas sin importancia y fantasmas inexistentes. Todes tenemos momentos en los que perdemos el norte, dudamos de nuestra lista de prioridades, de lo que hemos sido hasta el momento, y no sabemos ni por dónde empezar a desenmarañar el nudo en el que puede convertirse la vida. En ese contexto, como digo, vi Look Back. Fue el recordatorio más simple pero necesario imaginable de algo que quizás no había olvidado, pero que hacía tiempo que no sentía con tanta intensidad: quiero crear.
La historia imaginada por Tatsuki Fujimoto se siente en mi vida casi como un ángel de la guarda que me revisita cuando más lo necesito, que me orienta, de maneras cada vez un poco diferentes, en lo que ahora mismo entiendo como una parte imprescindible de mí. Hay muchas obras que divagan sobre lo que impulsa a una persona a dibujar, a escribir, a componer, a filmar, a bailar, a actuar... Pero siento que Look Back es la única que entiende y representa el quid de la cuestión: todos los motivos son justificaciones innecesarias. No existe una razón. Es, simplemente, algo inevitable. Hay una línea temporal alternativa en la que he estudiado física nuclear, otra en la que vivo en Suecia, otra en la que defiendo el fascismo e incluso una en la que Roger Moore es mi James Bond favorito. Pero en todas y cada una de esas líneas temporales existe un denominar común: me dedico a crear. Y si no lo estoy haciendo en ese momento, estoy a punto de retomarlo.
Memoir of a Snail (Adam Elliot)
Es una pena que este año no haya podido atender a Annecy, pero es que el dinero no crece en los árboles. Eso significa que esta lista no puede incluir la nueva película de Naoko Yamada, pero, por suerte, sí he tenido ocasión de ver la obra que se alzó con el Cristal durante el festival francés. No debe infravalorarse el evento que supone Memoir of a Snail: han pasado 15 años desde el estreno de Mary and Max, el primer, y hasta hora último, largometraje de Adam Elliot.
En los primeros meses, e incluso años, de ponerse a ver cine "en serio", es normal descubrir un mundo de emociones sutiles que paradójicamente parecen despertar sentimientos cien veces más poderosos en le espectadore que el estilo exaltado del cine comercial. Creo que hace falta recorrer durante un tiempo estos nuevos parajes para regresar a un tipo de película más "sensiblera" y darse cuenta de dos cosas. La primera: el melodrama no es más que otra forma de estilizar las emociones. Y la segunda: hacer un buen melodrama es extremadamente complicado.
A veces parece que madurar implica apagarse. Que una persona adulta aprende a no esperar nada de las grandes cosas, a ser un poco cínica mientras ese cinismo no le amargue del todo la vida, a presumir que su vida será un cúmulo de anticatarsis y que eso está bien. Las pocas veces que he escrito un guion siempre he tenido miedo de subir las revoluciones durante momentos importantes. Soltar una frase intensita que no imaginas sonando en una conversación natural, dejar que un personaje abra su corazón de par en par hasta salpicar de emociones toda la escena. He tenido miedo, porque en ocasiones parece que ser sensible equivale a ser idiota. Y eso es un poco triste.
Que el momento "Do you believe in magic?" de Memoir of a Snail se sienta tan ridículamente humano me conmueve profundamente porque significa que Adam Elliot cree de verdad en vivir los pequeños milagros con la intensidad y el optimismo de un melodrama clásico. Que no importa lo cabrona que llegue a ser la vida en ciertos momentos de tu existencia, ese instante en el que las cosas encajan pesa más que toda la oscuridad junta. Me niego a considerar este pensamiento algo iluso. Necesitamos más películas que confíen así en el acto de vivir.
Megalopolis (Francis Ford Coppola)
Megalopolis es casi un tabú. Antes de que la película saliese, la gente ya se había cansado de ella. Es comprensible que un proyecto tan egomaníaco, firmado por uno de los directores más problemáticos de su quinta y con décadas de inconvenientes productivos a sus espaldas ponga a muchas personas a la defensiva. Lo que me resulta sorprendente es hasta qué punto ni un solo alma se tomaba en serio la propuesta, y el nivel al que ha sido un rotundo fracaso de taquilla.
Creo que le espectadore del 2024 tiene un problema: no ser capaz de tomarse lo bastante en serio lo que ve como para pensar demasiado en ello. No digo que sea el caso para todo el mundo, ni que yo no peque de ello en ocasiones. Pero en estos últimos meses he visto el mismo fenómeno repetido dos veces seguidas, una vez con la nueva película de Coppola, y la otra con Joker: Folie à Deux. Ambas son películas que rompen por completo con lo que se espera de su propuesta, que reflexionan sobre la manera en la que vivimos el arte y sobre el futuro que nos espera, cada una a su manera. La reacción a ambas películas ha estado basada en el insulto y el ridículo, en críticas vacías de Letterboxd más preocupadas por señalar en una sola frase que los números musicales del Joker son cringe o que Coppola es un viejo chocho que por dedicar un solo segundo a contemplar diversos puntos de vista sobre lo que acaban de presenciar.
No creo que Megalopolis sea una película perfecta. Ni siquiera una con cuyo discurso esté necesariamente de acuerdo. Pero sí creo que rezuma carisma e intención, que tiene ganas de tirarse el pisto si eso genera una conversación interesante a su alrededor. Pocas o ninguna cintas de la lista tienen el valor, e incluso la desvergüenza, de plasmar visualmente ideas de maneras tan originales y claras. Creo firmemente que en unos años se convertirá en una película de culto, y no en una donde la gente quede para verla y reírse de ella, sino que ocupará un lugar en el imaginario colectivo similar al de muchas rarezas de la ciencia ficción de finales de siglo.
Acepto un mundo en el que tachamos a Megalopolis de trabajar sus ideas en un plano excesivamente abstracto como para que su comentario político resulte efectivo, de presentar su epopeya únicamente a través de la visión de personajes de clase alta o de romantizar la idea de progreso en ciertos momentos de su trama. Pero no quiero aceptar un mundo en el que nos negamos a pensar y discutir Megalopolis.
Oh, Canada (Paul Schrader)
Fue el cine de Schrader el que me enseñó que no necesito compartir un pensamiento para entender un sentimiento. Fue El espejo, de Tarkovsky, la que me enseñó que no necesito entender un sentimiento para empatizar con una persona. Tiene sentido que sea la mezcla de las dos la que me haya conectado con el que puede ser mi miedo más primordial. No hablo de la muerte, sino de la vida, de una que se escurra entre mis dedos como agua en un cuenco roto.
Oh, Canada empieza como cualquier otra falsa biografía, con un hombre convaleciente y una entrevista, una narración lineal que arranca en la juventud del protagonista. Pero la cosa no tarda en desarticularse. A medida que la historia avanza, las memorias del hombre abandonan cualquier intento de orden. Es una pugna contra los medicamentos por recordar su vida, pero también una batalla desesperada por darle algún sentido a todos sus arrepentimientos, por compensar su irresponsabilidad con la confesión; intento fútil, demasiado cruel para ser cierto.
En oposición al cine monocular que desarrolló durante la escritura de Taxi Driver, inspirado por Pickpocket, Schrader construye una de las narrativas más complejas, con más puntos de vista y mayor cúmulo de emoción materializada mediante estilización de todo el año; de toda la década, si hiciese falta. Una resolución de aspecto para un tiempo, otra para otro; un color para un viaje, un gris para una juventud de momentos desconectados; una paleta especial para otro personaje que visita un momento en el que no deberíamos entrar, un actor en una época que no le corresponde para aquellos instantes que se recuerdan como si hubiesen pasado ayer.
Si La habitación de al lado muestra un abismo aterrador mientras ofrece, tranquilizadora, una mano firme, Oh, Canada la he sentido casi como una carta de aviso. "A la tierna edad de 22 años ya había arruinado mi vida, y todo lo que quedaba iba a ser cuesta abajo". Es un panorama desolador y no sé cómo sentirme con respecto a que alguien escriba esto antes de morir. La escena en la que el protagonista cruza la frontera de Canadá es una metáfora sobre la liberación de sus responsabilidades, pero sobre todo, sobre su muerte en el presente. Y, sin embargo, no puedo evitar pensar que el paraje filmado durante esa secuencia, ese espacio liminal en el que Leonard aparca el coche por un momento, es de una belleza arrebatadora. Espero ser capaz de verlo así cuando llegue el momento, de nunca pensar que lo mejor de mi vida está en el pasado, y de nunca dejar pasar un tren por miedo a sentir.
Samuel (Émilie Tronche)
En la primera lista que hice con las mejores películas de 2024 no tuve en cuenta Samuel. No porque haya entrado por los pelos, sino porque técnicamente es una miniserie de 4 minutos por episodio que en total suman hora y media. Bastó revisar el primer capítulo para darme cuenta de lo indescriptiblemente idiota que estaba siendo con esa predisposición. Si hay un título en este post que le volaría la cabeza a millones de personas de todo trasfondo imaginable, pero que nunca han oído hablar de él porque en España lo distribuye Clan, ese tiene que ser Samuel. Podéis cerrar el blog ahora mismo y ver Samuel. En serio, está aquí, en YouTube.
En fin. Uno de los directores qué más me desconcierta es Robert Bresson. Creo que entiendo sus ideas, o al menos me esfuerzo por entenderlas, pero la única de sus películas que me ha conmovido de verdad es The Devil, Probably. Se supone que sustrayendo del cine el mayor número posible de elementos propios de otras artes, renunciando a toda emoción, se puede generar, durante el clímax final, un impacto más profundo y elemental que con ningún otro estilo narrativo. Bresson era católico y lo entendía como una revelación divina. Mirando Samuel, lo veo claro: Bresson tendría que haber sido animador. Concretamente, animador de monigotes simplificados.
Hay algo hipnótico en cómo el flujo de conciencia del protagonista se entrelaza con su rostro y su voz, ambos casi inexpresivos. No importa que la serie te hable de la tontería más cotidiana posible, del pensamiento más retorcido imaginable o de ambas a la vez. Todo lo hará con la misma naturalidad y el mismo aparente pasotismo. Es todo carne y nada grasa, un poco sorprendente sabiendo lo poco direccionada o incluso estructurada que está su trama, pero fácil de entender desde el primer contacto: aquí no hay una sola frase que no sea puro fuego. Tiene sentido: la está escribiendo un niño de 11 años en su diario. ¿Por qué haría el esfuerzo de ponerse a ello si no fuese importante?
Hay una belleza casi universal en cómo Samuel retrata la impredecibilidad de la vida, incluso para alguien como yo, cuya adolescencia fue de todo menos parecida a la del protagonista. Con la facilidad que tenemos para romantizar este tipo de microhistorias, cuando las cosas no van objetivamente mal, cabe preguntarse si no ignoramos el lado más apasionante de nuestro día a día.
The Seed of a Sacred Fig (Mohammad Rasoulof)
Cuando le dedicas tanto tiempo al cine es normal dudar de su propósito. ¿De verdad mejora la vida de las personas? Vivimos alienades en el entretenimiento, los mensajes anticorporativistas son reabsorbidos por el propio orden capitalista y cuanto más vemos, menos peso parece tener cada visionado. Por ello, inyecta una renovada pasión encontrarse con algo como The Seed of the Sacred Fig, que parece superar la prueba del algodón y demostrar que merece la pena creer en el cine revolucionario.
La película se inspira en las manifestaciones de 2022 y 2023 que surgieron en Irán a raíz de la muerte de Mahsa Amini, víctima de violencia policial por el incumplimiento de la normativa del hijab. Mohammad Rasoulof, su director, ya había tenido problemas legales con las autoridades iraníes por el contenido de sus películas. Esta vez, la cosa pasó de castaño a oscuro. No sólo el argumento critica explícitamente el sistema judicial del país sino que emplea imágenes de archivo de las mentadas manifestaciones. No es raro en esta película encontrarse con un cadáver real después de un corte inesperado. Tras un juicio, fue condenado por rodarla a 8 años de prisión. Fueron necesarios 28 días para completar la huida desde el país teocrático hasta Europa, donde actualmente vive en el exilio.
Esta historia es una prueba irrefutable del poder del cine como arma revolucionaria, percibida por un gobierno barbárico como amenaza, su medio reconocido como poderoso, al punto de buscar una sanción tan radical para su creador. El debate sobre si la última hora, más thriller metafórico y menos drama social, es o no es la mejor manera de rematar la obra, se vuelve irrelevante ante una realidad incontestable: The Seed of the Sacred Fig es buena, no porque esté bien hecha sino porque hace el Bien.
Pongamos, no obstante, un asterisco aquí. La obra de Rasoulof, he dicho, es prueba irrefutable del séptimo arte como arma. Pero estoy pensando en la película como arma. De la cámara como arma hablaremos después.
The Substance (Coralie Fargeat)
En los últimos meses me he obsesionado con un término: "cine de cuerpos". Puede que venga con lo de ser trans. Al principio del post ya he mencionado The Substance, durante el comentario de A Different Man. Esa película, por supuesto, es cine de cuerpos. Anora, I Saw the TV Glow e incluso Kinds of Kindness o Memoir of a Snail también. Pero puede que ninguna lo sea tanto como esta.
Es muy complicado relacionarse con el propio cuerpo en la sociedad de la imagen digital. La protagonista de la película interactúa con su jovencísimo alter ego única y exclusivamente mediante dos fuentes: la descomunal pancarta que la observa a través de su ventanal, más que retocada en posproducción; y la pantalla de su televisor, la cual emite un programa en el que cada plano está cuidadosamente elegido para atraer la mirada masculina. No es la realidad de lo que el personaje principal tiene envidia, sino un recorte de ella, falso pero presentado como aprehensible.
Por supuesto, en la sociedad del espectáculo, lo no-viviente se mueve con autonomía, "la realidad vivida materialmente invadida por la contemplación del espectáculo", como define Guy Debord. Lo fascinante de The Substance es lo auténtico de las emociones de Elisabeth cuando todas y cada de sus dinámicas con otros personajes e incluso con ella misma son estrictamente parasociales, la única ocasión de conexión genuina siendo rechazada en una de las escenas más trágicas de todo el año. Pero lo terrorífico de The Substance es que todo esto nos parezca natural.
En estos escritos me gusta reservar un espacio al final del todo para una película particularmente insustituible que recomiendo por encima de todas las demás. Este año no tenía muy claro a cuál ofrecer ese protagonismo, Look Back y Samuel siendo quizás las favoritas, ni que sea por deformación profesional. Sin embargo, un invitado de última hora se ha hecho con todas las miradas. En parte, por su calidad. Pero, sobre todo, porque se siente casi como una consecuencia lógica de todo lo que he planteado hasta ahora hablando de las otras 19. Es una condecoración anecdótica, pero si tuviese que elegir una, mi película del año 2024 sería...
No Other Land (Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y Rachel Szor)
No Other Land se ve con un pesimismo especial. Compuesto principalmente por grabaciones realizadas entre 2019 y 2022, habla sobre la expulsión forzada de los vecinos de una comunidad de Cisjordania, Masafer Yatta, por parte del ejército israelí. Realizada por un colectivo de cuatro activistas, seguimos su lucha de varios años, sus dudas sobre si merece la pena tanto sacrificio, si la realidad se puede moldear, si algún día podrán tener una vida sin estrés, ya no digamos una familia.
Un año después de la última grabación registrada en este documental, parte de un intento inservible de evitar que un grupo de hombres con poder militar y tecnológico hagan lo que quieran, empezó el genocidio de Gaza. Los eventos mostrados en esta película son imposiblemente trágicos, llegando una persona a perder la vida. Y, aún así, no son comparables a lo que siguió. El legado de estos realizadores es inspirador, pero también descorazonador.
I. "Creo que necesitamos... creo que la gente necesita descubrir cómo generar cambios. Alguien ve algo, le conmueve, ¿y luego qué? ¿Qué podemos hacer?"
El gran debate. Para espectadores y cineastas por igual. Es fácil emocionarse con algo desde la comodidad del sofá, lo difícil es actuar en consecuencia. Es fácil hacer una película denunciando un problema, lo difícil es hacer una que ofrezca una solución. Es fácil incluso reunirnos bajo un mismo paraguas y machacarnos, quejarnos de nuestras quejas, porque puede que estemos desviando la mirada de una realidad mucho más dolorosa: incluso si nos decidiésemos a actuar, ¿quién tiene el poder de detener la rueda de la tragedia?
Hablaba muchos párrafos atrás sobre cómo la guerra de Vietnam cambió la manera en la que las personas entendíamos visualmente el conflicto bélico. No he mencionado, sin embargo, la guerra de las Malvinas, donde la Royal Navy censuró todas las informaciones que los periodistas enviaban desde el frente. Se ocultaron errores y derrotas del almirantazgo británico que tardaron años en salir a la luz. Este modelo ha sido replicado en casi todas las guerras imaginables desde 1975. Es un panorama apocalíptico el de no poder confiar en un medio que debería servir a la verdad, pero nos podemos consolar con que por el humo se sabe dónde está el fuego: un gobierno necesita que sus ciudadanos lo sientan como justo y competente, lo contrario podría ser peligroso. La opinión pública importa. La influencia de personas y colectivos en la red es muy auténtica. Internet tiene la capacidad de organizar eventos, incluidos eventos revolucionarios, con una velocidad, eficacia e impacto antes impensable. Es una herramienta con el potencial de mejorar el mundo.
La guerra mediática es una realidad de la que no podemos escapar, una guerra inmortal, una lucha por dominar la conversación y la narrativa, un choque en el que todes participamos. Por defecto somos peones, habitualmente a las órdenes del jugador dominante. Ascender hasta convertirse en una reina se antoja impensable, pero vale la pena luchar por convertirse en un caballo o un alfil, o, como mínimo, por elegir el bando al que pertenecemos.
II. "Os estoy grabando. ¡Os estoy grabando! Sois como criminales."
Siempre que dudo del cine tengo el mismo pensamiento recurrente: ¿merece la pena tantísimo esfuerzo? Incluso suponiendo que les productores estén de tu parte y el mensaje cale, ¿no implica hacer una película pasarte años aislade del mundo, exportando archivos MOV mientras podrías estar haciendo algo con un efecto real y directo? No importa el resultado final, el proceso habrá sido arduo y vacío en sí mismo.
Lo conmovedor en No Other Land es que el mismísimo rodaje de sus imágenes es un acto revolucionario. Decía hablando de The Seed of the Sacred Fig que la película puede ser un arma, pero aquí es la propia cámara física el arma. Si los cineastas no hubieran estado allí, esgrimiendo amenazadoramente la lente, los soldados habrían actuado de manera distinta, quién sabe si con menos cuidado de no ejercer violencia letal. Lo que hoy vemos es un subproducto de la lucha transformadora, y no al revés. Eso es algo que no puedo decir de ninguna de las otras películas del post.
III. "Empecé a grabar cuando empezamos a tocar fondo."
En los años 80s se inventa la primera videocámara. A lo largo de los 90s, casi todas las familias en países desarrollados se hacen con una. Hoy en día, rara es la persona que no lleva una en su bolsillo. Los antecedentes del conflicto israelí-palestino se remontan al siglo XIX, pero las últimas dos décadas y las cinco guerras de Gaza, se han desarrollado en paralelo con las tecnología de grabación de vídeo.
El documental ha cambiado mucho desde su primer gran éxito, opuesto a la estética del viejo Hollywood pero inmediatamente reconvertido en mercancía. No fue hasta el nuevo milenio que el formato lograría un triunfo y una relevancia sin precedentes. Las últimas generaciones hemos nacido con una nueva forma de entender la realidad: siempre hay una cámara cerca, siempre hay una grabación en proceso. Si algo ha ocurrido, se puede ver y rever. Si quieres hacerlo, sólo tienes que buscarlo. A veces ni eso: basta con desearlo para tus adentros y vendrá a ti con encender la pantalla del móvil.
Actualmente, las imágenes circulan y se conservan a un ritmo desbocado. Llegará el momento en el que se puedan reconstruir historias reales que abarquen lustros, décadas, siglos incluso, no sobre eventos históricos registrados y publicados en su momento, sino narrativas personales, grabadas por un millar de manos y un millar de cámaras, compuestas por archivos desperdigados en los discos duros de una familia cualquiera en un país cualquiera.
En 2024, todes hemos sido cineastas de un Nuevo Cine, aún sin nombre, presente en todas partes y por ello invisible, dado por sentado. Van dos peces nadando y uno comenta: "Qué fría está hoy el agua". El otro, extrañado, contesta: "¿Qué es el agua?".